jueves, 15 de junio de 2017

CUARENTA AÑOS DESPUÉS




Cuando han pasado cuarenta años por un pueblo,
aún sabiendo que aquella salida era una estafa,
aceptó la propuesta y la tomó para si como mal menor.
El paso del tiempo, no sólo ha limitado nuestro cuerpo
cuanto también ha minado nuestra ánima.
Ello, no por otra cosa que por la observación de los
cuarenta años pasados y perdidos por una población
que ilusionada se entregó y delegó su hacer y decir
en unos tipos que han resultado ser unos individuos
absolutamente villanos, alimañas tanto para las personas
como para las instituciones del Estado,
incluido el erario público de todos.
Así, la mayoría de los que han sido delegados
de la ciudadanía, no sólo han minado la voluntad
de los delegantes, cuanto también las instituciones
todas, de eso que viene a llamarse Estado; es decir,
todas y cada una de las organizaciones públicas y políticas,
de que a lo largo de los tiempo, la nación española
se ha dotado, no sólo para ser, cuanto también
para desarrollarse como tal,
incluidas las de capital público,
las que han sido saqueadas y regaladas
a los amigos de turno. Bienes públicos que hoy están
en manos privadas, que con la anuencia de los delegados
de la ciudadanía, saquean la flaca bolsa de los habitantes
del suelo patrio español.
Así, la mayoría de aquellos delegantes
y los que con el paso se han incorporado,
ya largo tiempo, siguen soportando la villanía
y deslealtad de los delegados; es decir,
aquellos que cada cierto tiempo,
por mor de una mala e injusta ley electoral,
se incorporan a ese degradado stadium
de representación de los electores.
Han envilecido ese noble oficio temporal
al tomarlo como un contrato indefinido,
al tiempo que se consideran imprescindibles;
han degradado esa honorabilidad temporal,
cuando en vez de gobernar para las mayorías,
lo han hecho para las minorías y grupos de presión;
han pervertido el buen hacer de aquella temporalidad,
cuando a los más han mantenido, y en ello siguen,
con salarios de miseria, mientras ellos
directa e indirectamente, se han asignado retribuciones,
además de otras prebendas sociales,
muy superiores a las de la mayoría de los delegantes;
han prostituido aquel bello oficio temporal,
cuando los delegados han dado a los delegantes
poco pan y mucho circo;
han humillado, y en ello siguen, aquella representación
cuando los delegantes “han metido la mano”
en la “caja” pública, aquella que es de todos;
han relegado su representación, cuando han degradado
la formación e instrucción pública, sanidad y justicia
haciéndola caer en cabezas y manos tan sectarias como ellos;
han depravado aquella representación temporal,
cuando “a dedo” han contratado para las administraciones
públicas a amigos y familiares sin necesidad alguna,
otorgándoles sueldos inmerecidos;
han deshonrado el voto representativo recibido,
cuando en las contrataciones públicas han sobrevalorado
sus cuantías, para llevarse parte de esos excesos de costos
a su particular bolsillo, etc, etc, etc.
Así, lo que hace cuarenta años era ilusión,
hoy es tristeza y desolación,
un erial que costará generaciones poder levantar.
Los delegados de hace cuarenta años como los de hoy,
no estuvieron, ni están a la altura de las necesidades
de los delegantes.
Los delegantes han sido empobrecidos
y los delegados se han enriquecido.
Los delegados no han querido,
ni quieren hacer una ley electoral, en la que cada
candidato defienda y represente un distrito unipersonal,
no sólo por actos de cobardía personal,
cuanto también como una acción grupal,
para imponer la voluntad del jefe de la manada,
así se impide que la gente se mueva,
pues aquel que lo haga sabe que se expone
a no salir en “la foto”.
En fin, que a lo largo de estos cuarenta años,
hemos aprendido que a los delegados,
sólo les importa el voto de los delegantes y,
nada les preocupa la vida de sus representados;
que los delegados de los votantes, se agrupan en manadas,
que sólo buscan el autoempleo y enriquecimiento personal,
al tiempo que pervierten todas las instituciones del Estado,
degradan todo el Curpus Normativo (Corpus Iuris Civilis),
tanto como el Corpus Economicus, premiando a los menos
al tiempo que relegan la vida de la mayoría de la población.

© Jcb, 15/06/2017