En
la acrotera del frontispicio de nuestro edificio político, en la
representación política de la ciudadanía, existen dos figuras, sin
las cuales, nada sería posible, ellas son las figuras del:
“delegante” y el “delegado”. Ellos son el único hecho vivo y
cierto que configuran tal estructura del sistema, por ende su
importancia es de vital importancia, ello cualquiera que sea el
sistema electoral de representación de la vida pública de las
naciones, basamento a la libre voluntad de las partes, las que a su
vez conforman la ciudadanía que da vida y conforman aquellos pactos
de representación política.
Ambas
partes, desde su libre voluntad, deben ser corresponsables de sus
actuaciones, deben obrar desde la mutua confianza y respecto de las
“reglas de juego”. Por una parte, los que se postulan, a
delegados, lo deben hacer desde el convencimiento de su capacidad de
obrar y capacidad técnica sobre los asuntos que deben dilucidar y,
además del compromiso y fidelidad, a la palabra dada a los
delegantes, pues es un contrato de libre voluntad de las partes
contratantes que concurren a tal acto.
Por
otra parte, los delegantes, conceden o no su voto, a unos u otros,
por mor de su libre capacidad de obrar, ello en base a la confianza
que aquellos postulantes les otorguen.
Con
tales herramientas, se constituye la justa organización del Estado
de la Nación. Sin dichas premisas, los candidatos no deben serlo y,
los titulares de la soberanía nacional, no deben delegar
representación alguna.
Por
desgracia, a lo largo de los años, hemos observado que dicho hacer,
de unos y otros, en nada es semejante a lo que debe ser la vida
normal del delegado y delegante de la ciudadanía en la
representación política, quienes conforman la estructura orgánica
del Estado, que es el aparato organizativo que armoniza las
voluntades de las personas, que por una u otra razón, son miembros
componenten de la Nación.
Entendemos
que ello es debido a la falta de civismo y capacidad ciudadana que
todos deben observar, los titulares de aquella “soberanía” y,
los que se postulan como “delegados”, igual que los que terminan
siendo “elegidos”.
Por
todo ello, se hace imperiosamente necesario, que los individuos, se
conviertan todos en personas libres y responsables; es decir, en
ciudadanos, comprometidos, y compendiados por sí mismo y por la
sociedad que libre y responsablemente todos conforman.
Es
la única forma de alcanzar la dignidad de ciudadanía responsable y
creadora de sociedad.
©
Jcb
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