domingo, 29 de agosto de 2021

0071

 




El día que mi madre me alumbró,

Olvido, la comadrona, fue quien le ayudó,

¡¡¡honor y gloria a tal mujer,

por las atenciones que prestó a tantas mujeres y criaturas!!!


El espacio era angosto,

habitación para descansar y,

adicional hogar de chimenea central,

para cocina comedor y acceso central.


Escalera empinada con alta contrahuella

y huella con baldosa de barro cocido,

que antes de abandonar, mi cuerpo supo medir al rodar

para señal dejar hasta de la vida su final.

Con débil barandilla y agresivo pasamanos.

Calle Chavarco, hoy 35, cerca de la barbería, Cruces, 1, y,

casa de los abuelos maternos, Tosca 3

¡¡¡Honor y gloria a tal espacio vecinal!!!


Tiempos y espacios de cegueras comunales,

traiciones, incluso entre comensales,

días de estrecheces, mentiras y venganzas

inconfesables, ya que las confesables

también eran traicionadas por el confesor.


Por lo general, el confeso, analfabeto labrador,

jornalero, cabrero, tinajero, albañil o pastor,

cigarro de liar, blusa y albarcas para calzar.


Calzadas de tierra, sin aceras para andar,

todo era un gran pastizal de barro que apartar.

Llegado el tiempo, por decisión municipal,

sin posibles las calles había que asfaltar,

el que los tenía, pagar debía para no trabajar,

el resto una semana para aceras, alcantarillados

y asfaltados de las vías urbanas, cual pago comunal.


Años después, otro tanto con el cierre del

campo de fútbol de San Antón.

Para el actual, un solo día de la albañilería

para su perímetro cerrar,

el barranco y arenero perdido quedó,

para el fútbol ganar y a la segunda división llegar.


Hoy pocos son los que pueden recordar los hechos de un pueblo que la gloria quería alcanzar, posiblemente para olvidar las historias de tristezas, miserias de los más y riquezas de los menos, inquinas, equívocos, malas digestiones y las eternas mentiras de los sayones, a quienes jamás les preocupó la verdad y las razones por las que las gentes obligadas eran a emigrar.


© Jcb.


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